El receso en las competencias deportivas que llega a mitad de año, es un merecido descanso para aquellos tenaces deportistas que, domingo a domingo, se juegan la vida (y últimamente se la juegan literalmente) para entretener a grandes y a chicos.
Sin embargo, transcurrida la mitad de la pretemporada, lo juzgados de paz se ven sobrepasados por un verdadero aluvión de pedidos de divorcio. Los mismos se deben a que, por la falta del imprescindible deporte, los maridos se han visto obligados a hablar con sus mujeres con desagradables resultados.
El doctor Jorge Bucal Sin Globito señala que el diálogo termina matando a la pareja cuando no existe una contrapartida para el desahogo masculino, como lo es el fútbol.
He tenido consultas– prosigue el Doctor Sin Globito- de maridos desesperados porque al hablar con sus mujeres, se han dado cuenta de la verdadera dimensión de los gastos hogareños, del increíble mundo interior femenino y de la variedad de informaciones sobre la vecina de enfrente que su esposa maneja.
Hablar con la mujer propia, sin que sea para pedirle que haga de comer o que atienda la puerta, es abrir la caja de Pandora -sostiene el prestigioso científico.
Algunos estudiosos consideran que la diferencia entre las maneras de ver la realidad entre el hombre y la mujer se deben a distintas funciones cerebrales.
El Fútbol serviría para adormecer los sentidos masculinos de manera tal de soportar el aluvión informativo que representa una charla con una mujer. En la antigüedad existían las justas, la cacería, o el suicidio para adormeces los varoniles cerebros.
Sin embargo no todos los estudiosos concluyen lo mismo. La doctora Elena Badfuck sostiene que el fútbol llena los deseos de tribalidad de los hombres, siendo de por sí una actividad primitiva.
Es claramente visible– observa la profesional- el retroceso involutivo que sufren los hombres cuando presencian un partido de fútbol real o en su versión de PlayStation. El ejemplo más claro es el lenguaje que pasa de ser coherente a un balbuceo inconexo que varía en el tono y la duración y que puede verse coronado con un aullido de gol o con una retahíla de insultos de la peor calaña. Las funciones motoras se ven alteradas también: mientras la pelota esté lejos del área los sujetos se encuentran en un estado relajado, pero a medida que el balón se acerca a la portería contraria comienza un movimiento nervioso, que empieza en las puntas de los pies, que va subiendo para culminar en un grito orgiástico o un abrazo mongoloide con los demás machos presentes.
Cualquiera de estas actitudes serían aún más marcadas en los espectadores de un partido en vivo.
El doctor Bucal Sin Globito considera sin embargo que la Doctora Badfuck necesita de una bragueta del tamaño de un boeing 707 –o en su defecto- de un buen coscacho pedagógico para que se le pase lo cocorita.
Roberto Lástima
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